Españoles evacuados de Ucrania: entre la fortuna y la compasión

50 horas de viaje para un trayecto de 530 kilómetros hasta Polonia, en riesgo bajo la ofensiva rusa. El primer convoy lo consiguió ayer con alivio, pero también con profundo pesar por la tragedia

Clara y Quim, de Andorra, con su bebé, Norah, de 26 días, junto al consul español en Varsovia, Eduardo Merino de Mena – Matías Nieto

Angustia. Miedo. Incertidumbre. Cansancio. Sueño. Hambre. Las sensaciones se atropellan unas a otras nada más dejar atrás Ucrania, los cuatro dentro ya del autocar fletado por la Embajada de España en  Polonia en este lado seguro del mapa: Marina, Antonio, su hijo Juanpe de 5 años y Evelyn, su bebé nacida por gestación subrogada hace dos viernes en Kiev. Eso es, el 18 de febrero y con el alta prevista para el siguiente, el 25, que finalmente no pudo ser porque sus padres y el planeta entero asistieron horas antes al estruendo de los primeros bombazos del Ejército ruso sobre territorio ucraniano. Y a correr. «Nos sentimos muy afortunados de haber podido salir», resume con alivio y acento de Málaga, que se confunde en estos minutos iniciales de la llegada con los intentos de conversación de otros que tratan de contar por el móvil a la familia que por fin están a salvo, de los que se pasan un bocadillo de una fila a otra y de silencios pesarosos de quienes sin duda tienen todavía en la retina el drama del que han escapado.

«Ni en el peor sueño podría imaginar esto… Ahí en la aduana hay miles de personas, algunos llevan dos y tres días durmiendo en un coche esperando para salir, madres con sus niños que han andado veinte kilómetros, alzan a su pequeño y gritan que tiene asma a ver si les abren paso… me destroza el alma estar aquí sin saber qué va a ser de ellos». Es el dolor hecho desahogo de Anna Mostnytska, profesora de inglés y esposa de Alfonso Lema Dopico, investigador natural de Ferrol, con el que tiene la santa paciencia de detenerse para hablar con este diario después de más de 50 horas de viaje entre riesgo de combates y mientras Keon, su hijo, le tira del brazo con el ruego de que, por favor, vale ya, subamos al bus.

Han sido 530 kilómetros y sí, algo más de dos días, desde las dos de la tarde del mismo jueves de la ofensiva hasta bien pasadas las siete de ayer sábado, los que necesitó el primer convoy de evacuación de españoles para abandonar Ucrania y, escoltados por la Policía Nacional, recalar con la misión cumplida en Polonia. En él, 48 pasajeros, entre ellos parte del personal diplomático que estaba destacado en Kiev, eran acogidos por el cónsul en Varsovia, Eduardo Merino de Mena -a pie de barrera desde las nueve de la mañana- y por la bienvenida de un traslado rápido a Cracovia, donde tenían previsto alojarse esta noche pasada en espera de un vuelo a España en las próximas horas. Un segundo grupo de evacuación tenía previsto atravesar el mismo cruce antes del amanecer.

El agotamiento acabada la peor parte del viaje era profundo. «¿Hay que andar más? Estoy que me muero», expresaba a duras penas una señora de avanzada edad acompañada de otras tres que fueron las primeras españolas en aparecer en el lado polaco. Dos grados de temperatura, enfrente una multitud expectante y a veces desesperada, pero que no les aguardaba a ellas, sino a otros, familiares todavía atrapados en Ucrania, ansiosos por la espera, impacientes -y la impotencia- a veces hecha gritos. «La abuela se nos muere en la aduana», alertaba descompuesta una mujer reclamando a la guardia de Polonia que la dejara acceder hasta la guardia ucraniana para rescatar a la anciana.

No hay nada fácil en situaciones como esta. Por eso, la tranquilidad de estar un poco más cerca de España se mezcla con la amargura. Hay que entretejer comentarios, impresiones rezumadas en estos instantes de excitación para componer el horror. A saber. Anna Mostnytska se enteró de la guerra porque cuando estaban durmiendo, su marido escuchó los primeros impactos del ataque ruso a las afueras de la ciudad. El recuerdo estremece. «No podía pensar que Putin hiciera algo tan brutal», confiesa. Llevaba un año en su Kiev natal intentando superar la reciente muerte de su madre y habían pensado salir los tres de allí en Navidad, pero no lo hicieron. En otro punto de la capital, el matrimonio Jiménez, los de Málaga, tienen muy presente también que ese mismo mediodía, cuando subían al convoy, las explosiones se escuchaban cerca. Marina había visto por las redes las instrucciones para hacerse una mochila de supervivencia, y compraron pilas, linternas. Ya tiene mérito. También había que meter coca-cola, con su azúcar y su cafeína, bueno para resistir.

Juanpe, el hermano de el bebé Evelyn recién venida a un mundo en llamas, se está bebiendo una de esas coca-colas energéticas, que parecen omnipotentes, en el autobús de la Embajada, mientras escucha a sus padres contar que hasta el último momento les faltaba un documento oficial imprescindible para poderse traer a la pequeña. Antonio, el padre, apostó por quedarse allí con la niña y que el resto de la familia se fuera. De milagro les garantizaron que, adelante, que se sumaran sin pensarlo a la evacuación y les han acabado enviando el papel por vía digital. 

Sin equipaje

La pareja y Juanpe han tenido que abandonar todo el equipaje en Kiev. Es lo de menos. «Nos informaron de que solo una maleta de diez kilos…». Peor es lo de Anna. A ellos, la legación diplomática les contactó primero por correo electrónico y luego por teléfono. «Allí he dejado mi casa, todos mis amigos… y no sé qué voy a encontrar, qué va a ser de mi casa, está cerca de los edificios parlamentarios y Putin ya ha dicho que quería matar a nuestro presidente,  Volodímir Zelenski», explica ella. «Van a arrasarlo». No confía, tampoco su marido Alfonso, en que la crisis bélica que ha estallado sea breve. Todo lo contrario. Y hablando de contrarios, coinciden quienes han participado en esta expedición, odisea ucraniano-polaca, que las embajadas han funcionado de maravilla. Como nunca. Oír para creer, en estos casos las quejas abruman. En descargo, lo dicho, no hay nada fácil en situaciones como esta. 

Y coinciden Marina y Antonio, y Anna y Alfonso, y Tatiana y su esposo, que estaban de turismo en Ucrania con un pequeño de 9 meses, que de salida del país invadido han visto imágenes espantosas. La situación empeora allí dentro, es lo que exponen con enorme compasión, que si ya el tercer día la presión de la gente que trata de huir en la frontera se hace insoportable, lo peor está por venir.

Fuente: ABC

Redacción

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