- Los vecinos de la localidad más afectada por la tromba de agua cuentan los destrozos y se afanan en limpiar el barro de sus casas y calles
- El alcalde estudia pedir que se declare como zona catastrófica por los numerosos daños provocados por la riada
Ana María Rodríguez sostiene en sus manos unos capirotes de nazareno que los fotógrafos le han pedido que muestre a las cámaras. Los cartones están deformado y llenos de barro. Como lo está el sofá del que la mujer acaba de cogerlos. Junto a ellos, casi en el borde y amenazando con caer al suelo, ha quedado un zapato. Uno solo, desparejado. Nadie sabe dónde está su par. Quizás se lo llevó la riada que castigó especialmente la casa de esta mujer de 68 años, ubicada en la calle Dehesa.
La vivienda es la que está justo enfrente del edificio municipal en el que se derrumbó un muro, que no pudo aguantar la fuerza del agua que bajaba del Cerro del Becerrero, a eso de las cinco de la tarde del martes. La tromba de agua destrozó la puerta de su casa, que sacó de cuajo de sus goznes, se coló en su cochera y dejó su casa inundada. «Había un metro de agua», dice, colocando la mano plana en un punto imaginario que marca la altura que alcanzó la riada. «Todo esto estaba lleno de barro. Gracias a mis vecinos, que se han volcado, hemos podido limpiarlo todo con agua a presión y hoy está todo mucho mejor que ayer».
La mujer, de 68 años, estaba con su marido, Manuel González, y su hija, de 30, en la cochera de la casa, que han adaptado para que sea habitable y en la que pasan más tiempo en los meses de verano, pues hace menos calor. Fue allí donde vieron primero la enorme granizada que cayó sobre el pueblo y después capearon como pudieron el temporal. Su coche, un Peugeot 207 rojo, se lo llevó el agua. Es uno de los que aparecen río abajo sin control en los vídeos que han circulado por los teléfonos móviles de toda España desde la tarde del martes.
«Lo pasamos muy mal. Estábamos aquí cuando aquello reventó», dice, señalando el edificio en el que ya no existe el muro que lo protegía. «Creí que era un tsunami», explica la mujer. La fuerza de la corriente destrozó los cristales de la puerta de la casa, que se esparcieron por el suelo del garaje. «Como pudimos, estábamos en chanclas, nos descalzamos y llegamos hasta la escalera y nos pusimos a salvo». Mientras habla, muestra cómo ha quedado todo lo que tenían en el garaje. Un frigorífico que da descargas eléctricas, un lavavajillas averiado, un armario destrozado y un menaje de cocina lleno de barro.
Ana María confiesa que ha pasado la noche mal. Apenas ha dormido. No cenó nada y no paraba de pensar en lo que podía haber ocurrido si sus nietos pequeños hubieran estado ese día en la casa, como ocurre con frecuencia. Su marido, mientras, atiende a las televisiones y lamenta la pérdida del coche. «No era nuevo, tenía un par de años, pero nos hemos quedado sin él».
Desde la casa de su vecino se grabó el vídeo que capta el momento en el que se rompe el muro del edificio de enfrente, que fue en su día residencia de ancianos y hoy acoge un centro para menores discapacitados. Afortunadamente, no había nadie en el complejo la tarde del martes. En el patio se acumuló el agua que bajaba de la sierra hasta que se rompió la pared que la contenía.
En el patio, una pequeña retroexcavadora retira el barro acumulado, mientras que unos operarios ayudan con escobas y mangueras. En la parte trasera de este edificio se derrumbó otro muro, que no pudo contener la fuerza del agua. «Esto hace una especie de embudo y aquí convergió el agua que bajaba de las montañas», cuenta uno de los trabajadores.
Nadie resultó herido, a pesar de que había una mujer en la puerta de su casa a apenas unos metros. Algo más arriba, Antonio, operario del Ayuntamiento de Estepa, muestra los daños en el polideportivo municipal, que llevaba seis meses con la cubierta nueva y que ahora el granizo agujereó y movió. La pista del pabellón está encharcada. No había nadie jugando porque las instalaciones estaban cerradas desde que se decretó el estado de alarma.
Arriba, el temporal dañó las pistas de tenis municipales, donde ha caído un árbol y donde una de las torres de luz se ha doblado. El suelo se ha levantado también y en el estadio municipal surgieron unas grietas de gran tamaño. Todo en unas instalaciones que estaban nuevas y que han quedado inutilizadas. «Sacad lo que queráis, por favor, nos va a hacer falta vuestra ayuda», pide el delegado municipal de Deportes.
El alcalde de Estepa, Antonio Muñoz, se acerca a la calle Dehesa y atiende a los periodistas allí congregados, mientras Ana María Rodríguez y su marido dejan sus pertenencias destrozadas en un contenedor que se llevará poco después un camión. «Aún no hemos podido hacer una valoración de los daños, ayer activamos el plan de emergencias municipal y estamos valorando la opción de que sea declarado zona catastrófica porque los daños son cuantiosos», apunta el regidor.
Muñoz añade que llegaron a caer hasta 80 litros por metro cuadrado en apenas unos minutos, una de las tormentas más feroces que han azotado la Sierra Sur en la historia reciente. Nadie en el pueblo recuerda algo así. Primero cayó una fuerte granizada, que arrancó ramas y hojas de los árboles y colapsó los sumideros. Después llegó el diluvio y el agua bajaba de la sierra como si fueran los rápidos del Orinoco.
Por toda Estepa se ven hoy familias achicando agua de sus garajes y de las plantas bajas de sus casas. En la puerta de la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios un hombre explica que en el templo entró agua, pero ya ha quedado limpio y ninguno de los enseres ha sufrido daños. En la calle Virgen de la Esperanza, Julia saca agua de su cochera. «La calle era un río. El garaje está lleno de barro».
Fuente: Diario de Sevilla