La crisis del Covid-19 acerca al consumidor a los productores locales, agricultores y ganaderos que se reinventan con la esperanza de que la situación les permita ocupar de una vez su sitio
Hay padres que piensan que lo peor que les podría pasar a sus hijos es tener que dedicarse, como ellos, al campo. Y también hijos que obedecen y buscan una mejor formación y, una vez que terminan sus estudios, dejan la ciudad y vuelven a su medio, convencidos de que el futuro que quieren para ellos está ahí, en la dehesa, en la finca, en la parcelas y los huertos. Es el caso de María del Monte Orodea. Tiene 42 años, un rostro aniñado y una vocación fuerte que la convierte en uno de los referentes de un sector esencial, como ha demostrado la pandemia, pero que nunca ha encontrado su verdadero sitio. Ella iba para bióloga, pero optó por ser perito agrícola y no abandonar sus orígenes, aun a sabiendas de que iba a reescribir la historia de penurias de su familia. “El problema es que esta actividad es muy poco rentable, pero pienso ¿cuál lo es?”, comenta esta vecina de El Pedroso que lleva las riendas desde hace años de una explotación de vacuno y cerdo ibérico.
El empuje de ella, al igual que el de otros jóvenes ganaderos que forman parte de plataformas como Somos Sierra Norte o Ganaderas en Red, es excepcional pues permite mantener vivo un paisaje y una actividad tradicional y artesana que se enfrenta a varios peligros, y uno de ellos es la ausencia de relevo generacional. En Aznalcázar, en las puertas de Doñana, los hijos de Dolores Escalona garantizan la continuidad de una explotación que empezó hace un cuarto de siglo con poco más de 30 hectáreas que hoy son el germen de una de las principales productoras de patata ecológica. Marcos Román, uno de sus hijos, es el gerente de Contagri, empresa que ha enfocado toda su producción a la exportación a Europa. “Aquí no se valora el producto, no se respetan los precios, estamos en la campaña de recolección de la patata y sigue entrado género de Francia que lleva un año en cámaras”, comenta.
Un precio justo. El sector primario aparcó los tractores que recorrieron España en una histórica reivindicación en defensa del campo cuando llegó la pandemia, pero el problema sigue ahí. “Voy a comprar unos zapatos y me dicen lo que valen, su precio está fijado, pero nosotros no podemos hacer eso con nuestros productos”, advierte Orodea.
Marcos Román Escalona, gerente de Contagri
“Si la PAC no se adapta al siglo XXI difícilmente a los jóvenes agricultores y ganaderos les interesará el campo”
La situación del sector ya era mala antes de que el coronavirus confinara al consumidor y pusiera patas arriba la economía. Pero la pandemia ha destapado la importancia del sector primario, “al que nunca se le ha dado la dignidad que merece”, recuerda Francisco Casero, líder jornalero y pionero del ecologismo andaluz que preside la Fundación Savia. El gerente de Contagri no entiende por qué un negocio que se dedica a la alimentación, a la salud en definitiva, tiene menos valor hoy en día que uno tecnológico.
Esta empresa de Aznalcázar cuenta con mil hectáreas de cultivo, 350 de producción ecológica, por lo que tiene una división verde, Biovegs. “Hoy se habla mucho de sostenibilidad, pero ésta no sólo tiene que ser medioambiental, también económica, hay que cuidar el entorno socioeconómico y el empleo”, comenta el gerente de una empresa que cuenta en algunas épocas del año con 200 trabajadores. “En el campo hay jornaleros, pero también técnicos y asesores de calidad”, defiende este joven empresario agrícola, convencido de que las reglas del juego han cambiado y, por tanto, es necesaria también una reforma de las políticas agrarias, un marco europeo que se está discutiendo ahora y que no está exento de polémica. “La PAC se pensó para las necesidades del siglo XX, sirvió para crear infraestructuras, poder producir en cantidad y calidad; ahora el mercado está muy globalizado, las reglas son otras, hay que adaptar estas ayudas y subvenciones al siglo XXI. No pueden ser un recurso para que el agricultor se jubile produciendo lo mínimo y con los mínimos gastos para que le quede el máximo de los derechos. Ese dinero, una cifra astronómica de 400.000 millones de euros, tiene que ayudarnos a ser más competitivos, si no pocos jóvenes se interesarán por el campo”, explica Marcos Román.
Carmen Bendara, bióloga, profesora y ganadera de Cazalla de la Sierra
“Después del Covid-19 vendrá otra emergencia que ya está ahí, la climática, y tendremos que adaptarnos a otras mascarillas”
Las dificultades para competir son un freno. Monte Orodea explica que lo que los ganaderos necesitan es otra cosa: “Nuestro manejo debe ser primado no con subvenciones, sino con apoyos a los precios y a los canales de venta; al igual que muchas ganaderas tengo que compaginar otros trabajos que consigo y es una pena no poder vivir de nuestros rebaños”. Estos días alguna de sus compañeras de la Sierra Norte ha tenido que devolver una subvención ya aprobada por la imposibilidad de encontrar una finca para su ganado, comenta resistiéndose a asumir el estado de resignación crónica que ha visto desde pequeña en el campo. “El problema es que no hemos sabido defendernos nunca”, asegura una joven que, a pesar de los obstáculos, se muestra feliz por poder dedicarse a su vocación, aunque sin sueldo ni vacaciones.
El campo no tiene descanso y, realmente, a muchos de quienes lo trabajan no les importa porque eso forma parte de esa vida. Un estilo que Carmen Bendara, otra de las ganaderas referentes de Sevilla, eligió hace tiempo, un sueño que fue forjando desde sus estancias de niña en el pueblo. Ya está jubilada y se dedica en cuerpo y alma a su finca, Ricos Altos de Cazalla de la Sierra, que compró junto a su marido en los años 80. Una operación que no está al alcance de todos. Durante años esta bióloga, que también fue la primera directora-conservadora del Parque Natural de la Sierra Norte, se ha dedicado a la docencia, pero, siempre enfocada al mundo de la agroecología, su inversión fue vivir en la naturaleza, un privilegio que el confinamiento ha puesto de manifiesto.
“NO SÉ POR QUÉ UNA EMPRESA QUE GENERA SALUD, NUTRICIÓN Y ALIMENTACIÓN TIENE MENOS VALOR QUE UNA TECNOLÓGICA”
“Esto es un modo de vida que si no se conoce no se aprecia”, explica tras iniciar un proyecto en redes donde explica, con paseos por su finca que graba en vídeo, cómo es el entorno y los beneficios que la agricultura extensiva tiene en él y, en definitiva, en el bienestar de todos. “El error sería ver el campo ahora como un microespacio urbano refugio”, apunta Casero en referencia al acercamiento que la pandemia está favoreciendo con el mundo rural, un tirón que muchos agricultores y ganaderos confían en poder aprovechar para dar a sus oficios y a sus negocios el valor que tienen.
Venta sin intermediarios
La pandemia ha aumentado el consumo de algunos productos claves en todas las crisis, pero hay otros que tienen peor salida. “A los becerros y borregos había que darles de comer, los gastos son los mismos, han ido engordando y algunos en un mes se pasan de peso, tienen difícil salida y hay quienes se han aprovechado comprando a bajo precio”, explica Monte Orodea sorprendida de que la carne de borrego, difícil de colocar en el mercado por la poca costumbre de su consumo, esté teniendo tan buena aceptación. Ella ha optado por quedarse con las hembras para recría y, en general, los ganaderos han recurrido a la venta directa, una actividad que roza la ilegalidad pues para matar hacen falta permisos que no llegan de la noche a la mañana. Sobre todo, entre las mujeres ganaderas hay un espíritu de hermandad que ha facilitado que algunas con licencia para vender se hayan hecho cargo del ganado y productos de otras. “Muchos ganaderos dependemos del turismo porque nuestras carnes van para la hostelería y el cierre nos ha afectado mucho. Algunos se quejan de que se está apoyando mucho al turismo y poco al sector primario, pero la verdad es que ambos nos necesitamos mutuamente”, advierte la ganadera.
Juan Hurtado, productor de aceite de oliva ecológico
“La pandemia ha cambiado los hábitos y la venta directa nos deja algo bueno: una relación de afecto con el consumidor”
Bendara se mantiene con la venta directa y los grupos de consumidores y confía en que empiecen de nuevo a reactivarse los ecomercados. En Sevilla hay cuatro: uno en la Alameda y otro en San Jerónimo y hay otros dos en la provincia, en Bormujos y La Rinconada. “Es muy importante difundir los valores de la ganadería extensiva, el turismo rural ecológico ayuda, y sería clave que hubiera una identificación para que el consumidor aprendiese a leer las etiquetas y a distinguir entra la carne industrial y la ecológica y la local”, explica la ganadera, que alerta de que hay una próxima emergencia que no se puede olvidar: el cambio climático. “El debate global giraba en torno a esa emergencia cuando llegó el Covid-19, ahora son las mascarillas y luego tendremos que adaptarnos a otras, tendremos que ir midiendo los gases de efecto invernadero, lo ecológico no es traer carne de Brasil”, explica la profesora.
El valor de lo ecológico
Competir con la ganadería industrial es imposible, pero es cierto, y la pandemia lo ha agudizado, que cada vez hay una mayor conciencia social sobre la necesidad de lo ecológico y lo cercano y eso lo notan los pequeños productores que han tenido que reinventarse.
Juan Hurtado ya lo hizo una vez. Su empresa es un proyecto que nació en la anterior crisis, en 2008, la del ladrillo, que le hizo cambiar la A de arquitectura por la A de agricultura. Ya tenía una finca con olivos en Alcalá de Guadaíra y quiso probar con el aceite ecológico. Es difícil cuadrar los números, pero el compromiso de este proyectista, dedicado al urbanismo y que ya inició sus pasos en la sostenibilidad en la Expo del 92, es firme. Su bisabuelo, Pedro Lissen, fue pionero en envasar y exportar aceitunas a Estados Unidos y él, tras formarse previamente, se convenció de las bondades de la agricultura ecológica y de la necesidad de apostar por este sector. Hoy, con una década ya de trayectoria, vende su producto en tiendas especializadas, ferias ecológicas y ahora a través de la venta directa, una experiencia a la que ha obligado la crisis, que ha cambiado los hábitos y ha propiciado una relación de afecto con el consumidor nunca vista. Su producto no es lineal y tiene un alto coste de producción.
María Miró, productora de aceite de oliva ecológico
“Si no se continúa con un trabajo de concienciación, todo lo aprendido en esta pandemia se olvidará en pocos meses”
Su negocio se ayuda con proyectos educativos en colegios, universidades y otras instituciones. “Ahora que lo ecológico parece que está de moda y hace ya un tiempo que las grandes marcas tienen sus líneas bio, hay que caminar hacia otro tipo de consumo de proximidad, más responsable”, explica Hurtado, a quien la pandemia, de momento, ha dejado estampas del Guadaíra menos contaminado.
Lo ecológico y artesanal no suele ser muy rentable. Eso lo sabe bien la ecijana María Miró. Las raíces de esta doctora en Veterinaria están unidas al olivar. Pertenece a la cuarta generación de la familia propietaria de la Recacha de La Lentejuela y el arraigo que sus padres le han inculcado a su cultura rural favoreció un giro en su carrera que la ha convertido en productora de un aceite de oliva que va sumando premios. Su maternidad ayudó a que se decidiese a dejar su trabajo en un laboratorio para dedicarse al campo y apostar por el olivar ecológico. “Mi padre empezó en 2004 y entonces era algo de locos, en 2016 llegó a plantearse dejarlo porque no veía rentabilidad pero entonces decidí trabajar ese valor añadido y ahí seguimos”, explica Miró, convencida de que todo lo aprendido en la pandemia se olvidará en unos meses si no se sigue trabajando en la concienciación y en la divulgación: “El consumidor no distingue entre un aceite virgen o uno ecológico, hay que explicarlo”, comenta mientras opina sobre la reforma de la política agraria, que debería centrarse en la comercialización. Esta empresaria, de entrada, apuesta para que su producto esté en todas las tiendas de su pueblo, bajando los márgenes, con el único beneficio de que el consumidor se identifique con el producto local. No hay mejor receta para hacerse visibles.
Una estrategia para quienes desean vivir en el campo
La Fundación Savia se dedica a defender los derechos del mundo rural. En esta línea, estos días ha reiterado a la Junta de Andalucía, a través de una carta dirigida a su presidente, la necesidad de una estrategia que fortalezca el deseo de vivir en el medio rural. No se trata sólo de frenar el despoblamiento, sino de atender a quienes se quieren quedar en el campo, según explica Francisco Casero. Entre las medidas destacan, entre otras, la creación de un Comisariado de Transición Agroalimentaria, una estrategia de reforzamiento de nuestra ganadería extensiva, más control de la actividad cinegética o ayudas para el sector apícola y, en definitiva, una custodia del territorio.
Vía: Diario de Sevilla